29 de març, 2014

Way to Anfield: EL PARTIDO (parte 2)

... Els tres posts de la trilogia "Way to Anfield" han estat escrits pel Queco (amb ulleres de sol i de puntetes a la primera foto)...



El podcast que encabeza este post es la última edición del ‘Las calles del ritmo’, un programa de Darío Manrique para la imprescindible emisora radiofónica musical online Radio Gladys Palmera. En esta edición da la casualidad que el programa viaja a Liverpool, haciendo un repaso de la mejor tradición musical de la ciudad, además de ofrecer algunos apuntes sobre su historia y sobre algunos de los lugares que merece la pena visitar: atracciones turísticas, museos, locales de música en directo, pubs y otros sitios donde comer y beber. Recomiendo escucharlo como banda sonora de estos posts. 

La idea de encabezar el texto con una referencia musical la he cogido prestada de uno de mis iconos culturales: la señora de Pajillas, madre de Martín, cuyo blog está entre mis lecturas indispensables (emoticón de ojos saltones, emoticón de guiño, emoticón de bailaora flamenca).


Como me suele ocurrir siempre que se avecina un evento lúdico-festivo, el día anterior al viaje me puse enfermísimo. Tuve fiebre muy alta toda la noche, y me levanté con las sábanas empapadas y muy mal cuerpo. Si hubiese sido día laborable, ni de coña me levanto para ir a trabajar, pero era sábado y nos íbamos a Liverpool. Había que ser profesional.

Volamos con Ryanair, experiencia que desaconsejo vivamente, aunque en esta ocasión en particular no tuvimos problemas. El aeropuerto John Lennon de Liverpool es pequeño y sencillo, de apenas un par de plantas. Está a unos 10 km de la ciudad, distancia que se puede recorrer en bus o taxi. No vi que hubiese ninguna línea de tren, y si la hubiere no creo que merezca la pena usarla.

Nuestro hotel (Holiday Inn Express, nada de particular) estaba a apenas un kilómetro del aeropuerto, así que fuimos andando. Me tocó compartir habitación con el ‘figaflor’ de Palomo, que estuvo todo el fin de semana mirándome como si fuera un caminante de ‘The Walking Dead’ y manteniendo las distancias para que no le contagiase la gripe. Llegamos pasado mediodía, así que el plan era cambiarse e ir a la ciudad a comer. Seguidamente, nos emborracharíamos hasta que las fuerzas nos abandonasen.

En el ‘hall’ del hotel, mientras esperábamos el taxi, apreciamos que todos los huéspedes estaban muy atentos ante la pantalla del televisor, donde transmitían una carrera de caballos (tag ‘turf’ en Teledeporte). Preguntamos y nos dijeron que era el Grand National, la competición más importante del año, a la que asisten en directo unas 70.000 personas y que siguen por televisión más de 500 millones en todo el mundo. O eso dice la Wikipedia. En cualquier caso, la ciudad iba a estar a petar.

Aprovechando que estaba enfermo, me pedí el asiento del copiloto en el taxi, lo que me permitió llevar las riendas de la muy poco fluida conversación que mantuvimos con el taxista. El conductor cumplía perfectamente con el estereotipo que uno tiene de un habitante de Liverpool. Esto es: kinki con chándal, tez blanca, bisutería chunga y pocos registros de conversación más allá del Liverpool FC y las slappers (que por otra parte era lo único que nos interesaba). Además, en Liverpool se habla un inglés con un acento muy acusado (parecido al de los escoceses o al de los irlandeses del Ulster) y se abusa del ‘slang’ (lenguaje coloquial), así que la charla fue poco productiva.

El taxi nos dejó en el centro comercial Liverpool One, en pleno centro de la ciudad. Comimos unas hamburguesas en uno de los establecimientos que mejor pinta tenía: Gourmet Burger Kitchen. Error. Lo único bueno que tenía era la ubicación, con una terraza con vistas al parque exterior del centro comercial. Las hamburguesas no estaban mal, pero la broma nos salió carísima. Personalmente, cuando voy al Reino Unidos soy partidario de ir a lo más fácil y seguro en cuestión de hostelería y alimentación: McDonald's. Es poco glamuroso pero efectivo, barato y rápido.

[Inciso: dos recomendaciones de hamburgueserías en Barcelona para el editor de este blog: Santa Burg, en Sants, calle Vallespir; Timesburg, Eixample, calle París esquina Borrell]

Tras las hamburguesas, iniciamos un ‘tour’ de reconocimiento por las calles de alrededor. Andamos por un par de calles peatonales, creo que Lord St y Paradise St. Siguiendo esta última hacia el norte llegamos al meollo de la cuestión, Matthew St y alrededores. Matthew St es la calle de ‘The Carvern’, el club donde empezaron a tocar The Beatles. Es una avenida corta (no más de 500 mt) y estrecha, llena de bares y discotecas. En general, bastante cutres. Vendría a ser la calle Escudellers de Liverpool. 

Aún no era ni media tarde, pero ya empezaba a haber ambiente por la zona. Aprendimos que el día del Grand National es tradición que los asistente se vistan con sus mejores galas, lo que en el caso de los ingleses es sinónimo del horror. Desde Aintree (el hipódromo donde se celebra el Grand National) llegaban hordas de pobladores autóctonos, en general de aspecto y condición harto desapacible: ellas, un sinfín de vacaburras gritonas y emperifolladas, con nulo sentido del gusto y la feminidad; ellos, una manada de kinkis desaliñados, ataviados en el mejor de los casos de trajes horribles, muchos de ellos coloridos (azul cielo, granate, plateado y otras infamias cromáticas). Por supuesto, todos ya alcoholizados o camino de ello. Había honrosas excepciones, difícilmente apreciables entre el jaleo dominante.

Afortunadamente, el olfato español de Palomo descubrió una Ñ en el rótulo de un local cercano y hacia allí nos dirigimos. Resultó ser un local decente: La Viña. Había vino y jamón, pero a precio de champán francés y caviar, así que nos pedimos pintas. Pudimos hablar en la lengua del imperio con parte del personal, originario de la madre patria. Nos explicaron que más nos valía alejarnos de esa zona hasta entrada la noche. Les pedimos que nos recomendaran algún pub especial y nos mandaron al que, según les habían dicho, es el más antiguo de la ciudad (aunque Google no dice lo mismo): The Philharmonic Dining Rooms, en Hope St. 
Aunque nos quedaba un poco lejos, fuimos paseando: Lord St. - Church St. - Duke St., hasta llegar a las inmediaciones de la catedral de Liverpool. ‘The Philharmonic’ resultó ser sitio muy chulo, amplio y espacioso, con varios salones privados, sofás, amplios ventanales, decoración abigarrada, etc. Un lugar que merece la pena visitar. Eso sí, la media de edad es similar a la de los corrillos que examinan las obras de la Línea 9. Allí cayeron algunas pintas, que sumadas a las anteriores y a las pastillas que llevaba en el cuerpo para paliar la fiebre conformaron un cóctel que me empezó a pasar factura. A partir de ahí, la noche transcurrió en una nebulosa.

Recuerdo que comimos alguna cosa infecta en una especie de pub cercano, que olisqueamos las discotecas de los alrededores de la catedral y que acabamos volviendo a Matthew St. Hicimos una parada previa en un tugurio, donde Sergi se abrazó con la línea delantera de algún equipo de rugby. Al salir, la calle era un hervidero de borrachos. Fuimos directamente a la cola del mítico The Cavern. Actualmente está ubicado en un espacio contiguo al del local original, pero conserva algunas reminiscencias de su glorioso pasado: piedras con los nombres de los grupos que pasaron por allí, fotos, instrumentos, pósteres, etc. 

Estuvimos allí un par de horas. Ese día se celebraba una especie de Anti-Karaoke. Gente que parecía ser parte del público salía a cantar versiones de los Beatles. Lo hacían tan bien que cuesta creer que no se dedicaran a eso. Conocimos a Elvis y charlamos con él un buen rato. Un par de pintas después yo ya estaba KO. El resto de la expedición apuró sus opciones, pero las expectativas eran mínimas, así que acabamos cogiendo un taxi de vuelta al hotel todos juntos. Al día siguiente, antes de la hora de comer, nos esperaba Anfield.